Frente al rio Manzanares. Esta vez camuflado de músico callejero, tocando una monserga antigua y repetitiva, muy de moda entre los que aún gustan del uniforme y la regla en las escuelas. Emplea un horrible idioma inventado, tan falso como él.
Toda la vida lleva como un pobre fantasma trasnochado.
Esta es la sexta vez que me lo encuentro en el puesto de apariciones de Madrid Río, ocupando mi lugar. Reservo allí mi sitio porque los niños, a la luz del sol, no temen a los fantasmas; al contrario, no paran de hacer preguntas. Y hablamos de truenos, de abuelos que ya no están o de si mamá o papá vuelven siempre a la escuelita donde les dejan.
El no tolera que se acuerden tanto de mí y me busquen en las nubes camufladas de dragones, en la sombrita que les persigue o cuando algún dientecillo se les pierde en el yogur.
Hoy, cuando me han visto aparecer, todos gritaban ¡bieennnn...! y él ha tenido que regresar a la noche.
Unos papás ciegos le han seguido, pero no he sabido qué hacer.