miércoles, 17 de diciembre de 2025

Desde el río hasta el mar




La Alcantarilla Central                                rebosa

y las banderas la rodean con urgencia

flotan fiebres de bebés en la marea          como globos de aguas fecales

su grito agota un aire sin concesiones
sin nana de la cebolla siquiera           es otro llanto 
un llanto aún más negro más inflexible
que seguirá siempre al último llanto
otro llanto 
que no mueve letanías
un llanto sin ley 
una irrealidad de los ojos 

     
por dónde 
la tierra    sus fuegos    el norte o el sur       las fracturas
por dónde la resistencia                 los nuestros
                                                                            por dónde cada uno

los vientres digieren serpientes 
los pies se agarran al cieno         son peces asfixiándose en las charcas 
intentan abrir las calles tozudamente
ladrillo a ladrillo
cartón sobre cartón
cacerola tras cacerola                    imaginando 
que alguna diosa             de ley 
recogerá esas banderas 
y la Regia Alcantarilla                                                
                                                 acabará en el mar

los huesos aún resisten
se aprietan como puños se levantan al barro y a la lluvia clamando

                        que sus hijos
                        con sus cinco azahares
                        con sus cinco diminutas ferocidades

                                    e  s  t  á  n     

                                                                  d  e  j  a  n  d  o  

                                                                                             d    e    

                                                                                                       m  i  r  a  r






lunes, 15 de diciembre de 2025

Una paloma blanca hace mucho tiempo*

 



Verdeguardiacivil, dijo mi padre. El caso es que ese Seat Mil quinientos, verdeguardiacivil, nos cambiaría las canciones a toda la familia.

Unos cuatro meses antes, sobre el mes de abril del 68, mi madre nos reunió a mi hermana pequeña y a mí en el fregadero, porque allí era donde se estaba caliente con la cocina de leña; allí y en el comedor que estaba la estufa de palos y mi abuela Gregoria con su mandil casi en llamas. El resto de la casa era para el verano.

Niñas, tenéis ya 8 y 9 años y aquí ya no podéis seguir estudiando.  Nos vamos a ir a Ciudad Real y así Juanjo y Felia dejarán también el internado. Allí viviremos los seis. Papá y yo no queremos quedarnos sin ningún hijo tan pronto.

¿Y qué pasará con el campo?, fue la primera pregunta que se me pasó por la cabeza; seguro que a mis padres también porque vivíamos de eso, pero no se lo pregunté. Ya lo habrían pensado ellos. Y como yo me quería ir con todos mis hermanos y conocer la ciudad…

El pueblo, como otros tantos de alrededor, estaba menguando mucho. Familias enteras llevaban años saliendo para trabajar a Madrid, Bilbao, Valencia, Barcelona, San Sebastián.  Aún se recuerda hoy que el Miragatos y Venancio, el guarnicionero, estuvieron de albañiles haciendo el rascacielos de la Plaza de España de Madrid, el más alto por entonces, junto a otro montón de obreros venidos de todas partes.

Mi amiga Blasa también se iría unos años después a servir a Madrid y cuando volvía al pueblo yo no le reconocía la voz. Ya no hablaba como nosotras. Las eses le silbaban entre los dientes, decía mucho “jopé”, que al principio ni entendíamos, y movía menos las manos al hablar, además se vestía a diario como de domingo y olía a esa gente que llevaba menos tierra en las pupilas. Seguía siendo nuestra amiga, claro, pero de pronto era más alta y más lista que nosotras.  

Cuando paramos el Milquinientos en la Avenida de los Mártires de Ciudad Real, hoy calle Alarcos de nuevo, era septiembre del 68. Abrimos las puertas del coche y nuestras narices empezaron de repente a sangrar ceniza y, por la reacción, comenzamos a toser. Mi padre nos tranquilizó porque ya le había pasado a él en viajes anteriores. Así que nos alargó unos palitos de hinojo para masticarlos, a mi madre, a mi hermana y a mí. Y así paramos aquella primera hemorragia. 

El ascensor olía raro, como si estuviese vivo y su aliento llevara sin aire mucho tiempo. Olía un poco como cuando mi abuela sacaba su mortaja amarillenta del baúl para airearla. 

Al entrar al piso nuevo, nos topamos con un espejo en el hall donde nos recibieron los mismos que acabábamos de entrar, con los mismos pares de ojos, pero aún más abiertos que los nuestros.

Solo había puertas y un laberinto de paredes que impedían la luz de la calle, pero mis padres se adelantaron y nos fueron mostrando la casa con detalle.

De la pared del pasillo colgaba un teléfono verde claro que me gustó mucho. El negro que teníamos en el pueblo me asustaba cuando cruzaba el patio por la noche para ir a mear. Parecía un gato amenazando con tirarse a tu cuello si corrías demasiado.

Mi madre lo descolgó y yo lo cogí con cuidado, pero no pesaba nada, ni saltaba la voz de Mª Paz solicitando el número para conectarnos. Uno mismo podía hacerlo mediante una rueda que guardaba todos los números posibles, dijo mi madre. Pero yo no la entendí. 

De cada pared colgaban unos aparatos que te daban calor porque allí no había cepas, ni gavillera. ¿Para qué, si tampoco había estufa de palos ni chimeneas? 

Daba igual que estuvieras dentro o fuera de las habitaciones porque todo estaba tan caliente como el horno del Pijo cuando íbamos a por el pan; y eso daba mucho gusto, pero ahora no olía a pan sino a un aire entre electrocutado y mohoso.

Las dos literas me encantaron. Nunca había visto una cama encima de otra y una escalera para subir. Yo quería la de arriba para poder volar con los ojos cerrados, pero no me tocó en el sorteo con mi hermana Conchi.

El piso, como se le decía ahora a esta casa, me gustó porque todo estaba nuevo menos el aparador bueno y la mesa grande con las sillas, que nos habíamos llevado del pueblo para el salón. Era lo único real en medio de todo aquello que parecía a punto de deshacerse.

Dos cuartos de baño con duchas calientes, algunos armarios metidos por las paredes y siempre un olor, extraño, nuevo y rancio, limpio y turbio, agradable y cansino a la vez, que aún no sabía si me gustaba.

Había una terraza colgando de nuestro 6º piso hacia la calle, donde me daba miedo pisar, pero me agarré a mi madre y avanzamos hasta la barandilla. No paraban de pasar coches  grandes como el nuestro (¿o es que todos eran grandes para mí?), se juntaban a veces hasta 3 o 4 por la calle y alguna moto o bicicleta, pero no había carros, ni cabras, ni perros sueltos por las esquinas. Las casas de enfrente eran más bajas que la nuestra y tenían carteles de Radio Ciudad Real, Estudio Fotográfico Gregorio Cueto y alguno más que no recuerdo. Se estaban edificando otros cuantos rascacielos como el nuestro (¡qué palabreja tan rara!), y por eso apenas entraba el sol. Tampoco había ningún árbol; en su lugar farolas gigantes iluminaban la calle toda la noche como si estuviésemos de feria siempre.

El domingo siguiente por la tarde, llegamos de pasar el fin de semana en el pueblo para revisar lo del campo y para tender la ropa al sol que mi madre se llevaba desde el piso. Entonces sentí que se me encogían las rodillas, la cintura, los ojos y los dedos de los pies, y que por la garganta apenas podía entrar el aire. No pude echar a correr hasta la puerta de la calle porque la calle allí quedaba muy lejos, como las eras, los cerros, o la Alameda. 

Así que me desmayé hasta 1975, pero me dicen que no lo llevé mal del todo. 

Luego me fui a Madrid y me desperté de un golpe. Como el país. 

Y ahí, empezaron otras canciones.








* Canción derivada de la original "Paloma herida", de Amalia Mendoza.1958


miércoles, 19 de noviembre de 2025

Yo sí

 



Cargo el peso 
en los extremos de cada trompa de Falopio
no puede adormecerme las raíces             surgen brotes
ayer no comprendía lo que clamaban las torres
el espanto de las palomas cuando tocaban los muertos      ahora entiendo 
aquellos ojos en la mesa los dobladillos el velo de las uñas 
                                      
despegar 
aún no está permitido, a no ser que no sea, 
que rodearán tu campo encapuchados si provocas al cromosoma 
para eso están las cuotas
            
más el humo ya no encoge la simienza 
si asfixia las espigas o las tambalea se agarran al canal 
donde se vierten las heridas              cada día 
hay otras que no estábamos ayer 

yo sí te creo 
aunque los toros escuchen aún el vacío de la grada

sin más tribunas de alquiler             tampoco 
arengas que poco a poco se van quedando sin aire            
un solo soplo                      ausente 
de ramos de firmas de lazos rosas o negros            
sin posesivos ni calificativos 
ni numerales exclamativos demostrativos relacionales o indefinidos 

lleno de SUSTANTIVAS


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Calibrador de fondos

 



de dónde      la ciudad 
tan seca y tan harinosa          a dónde 
aquellas calles sin mapas ni travesías       a quién 
tanto edificio       a qué
tantas ventanas 
que se abren o se rompen           solas                  
sin persianas ni luz ni pasillos    
sin grafitis ni macetas              bocas      solo         bocas 
detrás de los huecos 
chupando la sombra   la humedad    los destellos                y de repente                 
      
floto 
floto sobre cientos de ojos  
espitas gigantes         sofocando otro miedo    y
                                                             el suelo se desvanece    y
comienza la caída 
                            que me saca 
                                                de mi cuerpo      y 
                                                                                
                                                                            en lo profundo    
                                                        ya no respiro
                                                                            ya no siento
                                                                ya no existo                                                                                                      
                                                                                                me disuelvo

martes, 4 de noviembre de 2025

La mecedura


 



Desde el alféizar
contra el turbio oleaje
de la pendiente


sombras, perspectivas de la tarde
del naranja al rojo               un silencio      luz
en el reverso de las casas  
 
el corte atraviesa  bicicletas 
manos, mochilas       perros sin collar
la tinta corre en los autobuses 
y los lentos andadores lentos en los extremos del tiempo 
           
se aplastan los intervalos
el ruido funde el callejeo       se retira 
y se acerca    como las gaviotas        a lo lejos
tijeras diligentes 
sombras y sucursales         otro oleaje     más
el viento va        a su aire
y tras cada mordedura izamos 


falseamos
el deambular albañil
en el alféizar.





martes, 28 de octubre de 2025

Me daño, a veces

  


A veces me daño con las palabras.
Se me clavan debajo del pelo y atizan como un rayo cuando menos las espero.

Me hacen encogerme de dolor. Luego se dirigen a las retinas y las endurecen como canicas girando en un compás de encogimiento-dolor-desprendimiento.

Mi cuerpo viejo las escupe cuando le pesan tanto. Otras veces, se prepara los ojos, la barriga, las uñas, el corazón y se pone poderoso, como un gato encorvándose para saltar. Solo al vuelo las hago mías, la mayoría de las veces.  

Llegan por sorpresa, y sorpresivamente las retengo. No tengo un plan.
Son interruptores que se van encendiendo cuando detectan la presencia de las otras; así se cargan entre ellas. Son pálpitos eléctricos que, cuando los manejo yo, llegan a arrebatarme, a pesar de las punzadas.

Otras veces son cotorras escandalosas que espanto sin miramientos, olvidándome de lo hermosas que son.  

Cómo escribiría yo en mi cuerpo 40 años menor. Y cómo escribiría si llevara 40 años haciéndolo. Nunca lo sabré, pero creo que me haría menos daño con las palabras.  

Porque nací en un domingo de campo y de sol crecí bailando. Las palabras siempre iban al son y nunca me detuve a contar sus pasos sino los míos. Siempre me sentí más cuerpo que viento, aunque lo necesitase para bailar. Por eso quizás, llegaron tan tarde a mi mano y con esta pequeña sed de  revancha. Ahora me interrumpen, me traspasan, quiebran mi columna vertebral, me dan vértigo y sofocos pero, a la vez, me abren grutas seductoras si me atrevo a entrar en ellas. Siempre me moví con una coreografía y ahora ¡me cuesta tanto empezar a despegar!   

¿Cómo escribiría con ese cuerpo 40 años menor o tras 40 años de escritura? Pienso muchas veces que me haría menos daño con las palabras. Pero, a mi edad, cuando ya no doy volteretas ni zancadas, aprender a gatear sin rumbo y con el viento es lo mejor que me está pasando.  

 

Aquí llegan las siguientes      desasosiego     ramillete      moldura
                                                                                                       …                         

 

 

 

jueves, 28 de agosto de 2025

El árbol seco




Un arcoíris de sombra 
dibuja el tronco del árbol seco 

desde el alcorque 
el polvo del abandono y las arañas
cada nueva hoja un pañuelo
en el suelo del andén  

a pedazos se descuelga 
un eco de noche y de arena de calendario
dentro respira ya la ceniza
entre las grietas de sus anillos
 
cada intento encumbra la sombra 

más, el reflejo del árbol seco en mi vieja fachada 
combate el color de su partida
ante el ansia terrible de la cortadura