miércoles, 13 de febrero de 2019

Maternidades que duelen





Gotas de sangre en la bañera
lágrimas en el espejo
¿No tenéis niños?
¿Cuándo  el momento?

Esta vez tampoco.
Lágrimas, sueños

Sexo en los médicos
medicina en tu sexo
útero frío,
útero yermo.

Calendarios tachados
hijos ajenos
búsqueda incierta
un día, otro enero...

Esta vez tampoco
lágrimas, sueños.

Vientre redondo
vientre materno.
Si reflejara ese cristal
el deseo de tu cuerpo...

Sintiéndolo todo
sintiéndolo dentro,
acunando las noches,
ofreciendo los senos.

Esta vez tampoco
lágrimas, sueños.

Llanto de ausencia
campana en silencio 

rincones sin cuna
padres huérfanos.

Esta vez tampoco
lágrimas, sueños.



lunes, 4 de febrero de 2019

Despierta la migraña






Broca en el cuello
portazos en las sienes
párpados que pugnan como hermanos fratricidas.


Arados en la nuca
surcando chirriantes cervicales
de sequedad y piedras.


Migraña que ignora
la hoja del calendario
y castiga las citas necesarias.

Pozo negro de pastillas,
escondite de la luz que  abrasa
y el rumor que ensordece.


Figura de arena y agua
chorreando gotas negras
en la alcoba féretro
que recibe y entierra.

Sigilosa serpiente,
arma de destrucción tramposa e invisible
que engulle el tiempo y las neuronas
fundiendo sus pálpitos luminosos
en un bucle de parálisis y nausea.

viernes, 1 de febrero de 2019

La taza de café




El 11 de enero de 2018, al llegar a su casa, sustituyó todas las tazas de siempre por tazas más altas, solas, sin plato.

¡Le ponían tan nerviosa las tazas anchas y abiertas, con ese ridículo platito de compañía!. No entendía por qué se empeñaban en usarlas así en el hospital psiquiátrico y no quería verlas nunca más y menos en su casa.

En los últimos doce meses, cada uno de sus cuatro cafés significaba un gesto importante en la rutina de cada día. Desde una lenta y perezosa puesta en marcha mañanera hasta el último café de la noche, donde se dejaba mecer sintiendo aquel líquido atravesándole desde la garganta hasta el estómago, reconfortando el cuerpo y amodorrando la mente.

Esas cuatro tazas le calmaban, le acompañaban y le organizaban.

Las limpiaba y las colocaba con sumo cuidado en la cocina, en el armario con puertas de cristal, cada una en su lugar. Acariciaba cada taza cuando la dejaba y cuando la volvía a coger al día siguiente. Las saludaba, las llamaba por su nombre, como si de mascotas silenciosas se trataran:
“Central, Gijón, Comercial, Zaranda”.

Hoy, 11 de enero de 2019 hace justo un año que es libre.
Sale a la calle. Se dirige al Starbucks situado a dos manzanas de su casa, entra animosa y acelerada y pide un café grande, con leche. Su primer café fuera de casa en mucho tiempo.

La taza caliente aparece en la barra con aquel ridículo platito de compañía.
Saca la mano del bolsillo y dispara al pecho del camarero cuatro, cinco, seis veces mientras decide “mi próxima taza se llamará Starbucks”.