Bajo el borde de la barandilla de hierro terminó el titubeo. La gota de agua se dejó caer al fin, junto a la tarde de domingo que claudicaba también.
Un rugido del cielo taladró la larga espera vacía.
Cientos, miles de otras gotas empezaron a seguir a ciegas a la primera, como ovejas sin pastor.
Cientos, miles de otras gotas empezaron a seguir a ciegas a la primera, como ovejas sin pastor.
A penas se levantó del sofá, sus piernas alcanzaron la misma barandilla y se dejaron ir, igual, sin gota de resistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario