De la nariz despegó su último vuelo al
acostarse.
Se había desabrochado el sostén de la
mirada.
El despertar fue un correr de manos
indecisas,
de parpadeos perdidos por la mesita de al lado.
Necesitaba esos hilos de cristal
para abotonar cada imagen a sus colores perfectos,
para esparcir los acentos y amasar las
siluetas,
para untar la pomada del
primer vistazo.
Sus pestañas ondearon como las
banderas bajo la lluvia,
se avivaba los párpados con los dedos
para acercarse el paisaje,
tanteó
unos pasos y enhebró las primeras líneas
pero una esquizofrenia oculta
desdoblaba el
lagrimal.
Fue a buscar a tientas los tiradores y
los picos de la mesa,
a revolver los cojines,
a arrodillarse y tocar en la alfombra
los dibujos,
a desnudar cajones, a levantar
bien las tapas,
a deshojar la prensa caduca.
Y a rumiar.
Repasando la última vez,
divisando el último paso,
derramando el último soplo.
Cuando vuelve a la mesita las intuye
entre sus libros.
Discute con la memoria y tira de ellas
con lentitud.
Las pasea por las sienes, las abrocha
en los oídos y se las calza en la nariz.
Resetea el sistema,
elige la mirada,
ajusta su retina
vuelve a respirar.
No puede encontrarse
sin ellas.
Qué belleza de imágenes. Me parecen exquisitas las metáforas. Enamorá me tienes, Maruja.
ResponderEliminarEnhorabuena, escritora. Un abrazo sin miedo. Se te echa de menos. Nos veremos pronto.
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarDeseando los reencuentros poéticos.
Es un placer leerte, construyes imágenes muy sugerentes, algunas de una sutileza que impresiona.
ResponderEliminarTu mirada también impresiona. Gracias
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